sábado, 15 de febrero de 2014

La soledad de la mente 4 Neo

Aquel lugar siempre le había recordado al limbo, el limbo, un territorio entre la vida y la muerte ¿ podría decirse que estaba vivo en ese estado? No claro que no, pero tampoco estaba muerto. Todas aquellas medicinas, todas aquellas drogas le hacían estar en un limbo. Un limbo que le dejaba atontado acurrucado en un rincón a solas con su pensamiento. Su pensamiento que hacía que esas cuatro paredes blancas se trasformaran, y eran un bosque, un bosque enorme y hermoso y él no era él era un cuervo posado en una rama, una rama  que se reflejaba en el agua, y ese reflejo suyo en el liquido le hacía quedarse completamente embobado.
Pensamientos tranquilos, gracias a la medicación que le hacían estar en aquel estado de calma permanente, una calma que parecía que era inquebrantable. Claro esta que aquel efecto se iba pasando, y con él aquella imagen idílica en el interior de su mente, ya que su reflejo quedó transformado, de tal manera que de su garganta salió un grito de pavor, como si a los mismos ojos del miedo hubiera mirado. Y comenzó a darle puñetazos al suelo, sin importarle el dolor pues no lo sentía, él solo quería que aquella aterradora imagen se borrara del reflejo, pues él no era ese ser, no, él era un cuervo un hermoso cuervo.
Finalmente los gritos hicieron que los enfermeros y un médico entraran en aquella habitación, sujetándole con fuerza para que no se revelara ante aquella inyección. Pero Neo no los veía eran las ramas de ese árbol las que ahora les impedían seguir golpeando el agua, hasta que sintió aquel pinchazo. Aquel simple dolor le hizo volver a la realidad, ver sangre en el suelo y a los hombre que le sujetaban, y volvió a asustarse, pero no pudo gritar ya que aquel calmante funcionaba rápido y estaba cayendo a los brazos del sueño, cosa que los enfermeros aprovecharon para asi poder curar sus nudillos, quizás lo mejor era sujetar a aquel interno, pues no era la primera vez que se hería sin llegar a ser consciente de ello.

sábado, 8 de febrero de 2014

La soledad de la mente 3 Elliot


¿Cuantos días había pasado desde la última visita de Moira? El control del tiempo era bastante difícil en aquel sitio, un sitio que estaba y no estaba en la tierra y que él sentía como si no estuviera en ninguna parte. Oh que listo fue Glen al crear al Abyss. Carraspeó para aclararse la garganta mientras abría los ojos y miraba al techo, durante siglos se había acostumbrado a dormir en el suelo, una extraña afición sin duda, pero el maldito alquimista no había considerado ponerle una cama en su prisión. La luz del sol se filtraba por las rendijas de aquella parte del muro que daba a la tierra. Al menos sabía que era de día, eso ya era algo.
Si Moira no aparecía eso solo querría decir que no había ninguna novedad de lo que informarle, una lastima pues ese crío, ese Vincent Baskerville era un valioso enlace hasta Petter. Pero arg! malditos Baskervilles ellos le habían jodido su vida y no pararía en maldecir el día en que su hermana decidió unir su vida con las de ellos; pero tanto tiempo allí encerrado solo había servido para que su odio fuera aumentando y que sus ganas de venganza fueran creciendo, y conseguiría vengarse solo tenía que recuperarle a él, al tiempo. Aunque sabía que eso de atrapar a su nieto estaba complicado y más sin un Baskerville que le abriera aquella maldita prisión para dejarle libre.
Aburrido se levantó de aquel frío suelo de mármol, la verdad es que aquel palacio había sido toda una obra de arte, hasta que pasó lo que pasó, le resultaba curioso lo que un humano había llegado a conseguir, y él conseguiría mucho más conseguiría acabar con aquella familia, y no descansaría hasta ver el cuerpo de Glen reducido a cenizas, oh que dulce sueño era aquella visión, y que rabia daba estar allí encerrado sin poder cumplirla. Pero sabía, sentía que iba a quedar muy poco para poder ser libre, una extraña corazonada se lo decía.

La soledad de la mente 2 Petter

Pocas veces visitaba el mundo mortal era cierto; pero en algunas ocasiones le gustaba estar rodeado de gente a pesar de que siempre se sentía terriblemente solo. La soledad no era algo que le molestara, había nacido con ella y muchas veces su mayor terror era que se acabara aquella
soledad. Pero ahora no pensaba en aquello solo recorría las calles silbando una animada melodía mientras caminaba. Cuando los escaparates de la ciudad reflejaban su figura no podía evitar sonreír, le gustaba aquel aspecto joven, tenía cierto aire su familia paterna, concretamente a su tío Alocer. Aquel aspecto era perfecto, al menos para él pues la verdad es que estaba bastante delgado pero a Petter le gustaba colarse en todo lugar, era algo inquieto sobre todo cuando aquellas vocecitas de su cabeza no se callaban y pese a que podía ver que había en todos los lugares en los que quería colarse nunca lo hacían le gustaban las sorpresas.
Ese día no llevaba su sombrero ni uno de sus trajes extravagantes, unos simples pantalones negros y una camisa del mismo color que hacía que su pelo rojizo resaltara en cierto modo. La gente paseaba a su lado sin percatarse de quien era él y eso le llegaba a encantar, nadie le miraba raro por sus ojos bicolores, todo el mundo pensaba que serían unas lentillas por el brillo cristalino que estos tenían. claro los jóvenes de estos tiempos eran bastante curiosos y se ponían pintas aun más extrañas que las suyas, que rara era la gente.
La melodía que salía de sus labios se detuvo por completo cuando una imagen apareció en su cabeza, era él mismo, con los ojos amoratados y rodado de una extraña neblina. Se llevó una mano al pecho cuando la imagen desapareció de su cabeza e intentó mirar a su futuro pero todo estaba borroso y solo se podía ver a él en aquel lugar y de aquella manera nada más ¿quien demonios le haría aquello? Frunció el ceño angustiado y en ese momento verse rodeado de tanta gente le angustió, le angustió de tal manera que sin pensarlo detuvo el tiempo, apenas unos segundos, los suficientes para volver al otro lado del espejo.

La soledad de la mente 1 Vincent

¿Qué hora era? no tenía ni idea, y seguro que si Petter supiese de esa duda no habría dudado en pegarle. Era sábado y la verdad es que no sabía si habría alguien esperándole en casa, y si lo había no le haría gracia que desde la noche anterior estuviera fuera. Pero aunque lo negara en muchas ocasiones necesitaba estar solo y ese día se escapó de todo cuando una punzada le atravesó el pecho, aquel reloj que le unía a Eques había avanzado otro paso. Hace semanas era un adulto y ahora por capricho del dios del tiempo era de nuevo un maldito crío. Suspiró profundamente para intentar no aterrarse ante el avance de ese reloj, intentó pensar en otras cosas pero todo lo que le rodeaba era un caos de sentimientos y emociones. A decir verdad aquel puente a aquella hora era el lugar más solitario que conocía perfecto para estar a solas contigo mismo ¿no? Se sentó en su filo mirando la punta de sus zapatillas mientras se encendía un cigarrillo dando una profunda primera calada. La verdad es que después de todo le gustaba ser joven de nuevo aunque sentimientos de culpa fueran ligados a ello. Cerró los ojos dejando que el humo bañara sus pulmones ¿Era hora de volver? no quería hacerlo no quería que la culpa y el terror poseyeran su alma, pero que demonios tantas horas sin ella y sin estar colocado eran inaguantables, solo un susurro y Eques le llevó a ese loft que ya tenía las paredes pintarrajeadas ahora era mucho menos pijo. Tomo aire y miró a su alrededor.
- ¿Hola?